

La muerte del Papa Francisco dejó una sensación de orfandad espiritual en muchos rincones del planeta. Líderes mundiales, referentes de distintas religiones y millones de fieles alrededor del mundo reconocen hoy a Jorge Bergoglio como una de las figuras más influyentes de nuestra era. No fue solo el primer Papa latinoamericano; fue también el pontífice que más se esforzó por acercar la Iglesia a los pueblos, por humanizar una institución a menudo señalada por su rigidez y sus excesos de opulencia.
Francisco no sólo reformó el Vaticano desde adentro, enfrentando resistencias internas y externas, sino que también dejó un legado de humildad, de cercanía a los pobres, de diálogo ecuménico y de compromiso con la paz mundial. Sus mensajes, siempre cargados de contenido social, hablaron de la necesidad de una economía al servicio del hombre, de un mundo sin guerras, de un planeta donde la dignidad humana esté por encima de cualquier interés político o económico.
Mientras afuera su figura se agigantaba, dentro de nuestro pais era objeto de lecturas mezquinas y de interpretaciones reduccionistas. Se discutió más sobre su supuesta filiación política que sobre la profundidad de su pensamiento. Se lo quiso encasillar en las grietas locales, cuando su mirada estaba claramente puesta en horizontes mucho más amplios.
En la vida política argentina, Francisco se convirtió, lamentablemente, en una postal de oportunidad. La dirigencia no supo —o no quiso— aprovechar la presencia de un compatriota que llegó a ser una de las voces morales más respetadas del planeta. En vez de acercarse a él para reflexionar o para inspirarse en sus enseñanzas, fueron simplemente a robar la foto.
La historia de las visitas al Vaticano de los políticos argentinos es, en gran medida, una crónica de oportunidades desperdiciadas. Cada dirigente que viajaba a Roma lo hacía con la esperanza de regresar con una imagen abrazando al Papa, un trofeo simbólico para sus campañas locales. La profundidad del mensaje de Francisco, su llamado constante a la unidad, al diálogo, al compromiso con los más humildes, quedó relegado a segundo plano. Importaba más la foto de portada que el encuentro de almas, y los principales protagonistas de ello fueron Cristina Fernandez de Kirchner, Mauricio Macri, Axel Kicillof, Alberto Fernandez, Jorge Capitanich, Javier Milei ; todo lo malo , lo ambicioso lo mezquino entre otros.en contraposicion a la generosidad, bondad sapienza. Nada han aprendido todos los malos extras de cine de vuelo corto y de cabotaje quedaron como hormigas pininas bajo la imagen gigante de un Papa que el mundo entero reconoce y llora.
Mientras tanto, en el exterior, los grandes líderes del mundo lo reconocían como una figura de peso global. El contraste se volvió más doloroso todavía tras su fallecimiento: más de 70 jefes de Estado asistieron a sus exequias, en una muestra de respeto que la política argentina, ensimismada en su pequeñez, parece no alcanzar a dimensionar.
La dirigencia local no supo ver en Francisco un faro de reconciliación nacional. En lugar de abrazar sus ideales de unidad y reconstrucción social, prefirió capturar su imagen para alimentar el ego, para ganar una interna, para obtener un puesto más en listas plagadas de mediocridad.